La Ciénaga de Zapata, un paraiso por conocer.



La Ciénaga de Zapata está ubicada al sur de la provincia de Matanzas y es el municipio más grande de esta provincia y de Cuba.

La Ciénaga es como un gran zapato que tuviese la suela combada. El tacón comienza en el extremo sur de la bahía y los primeros ojales están un tramo antes de llegar al río Negro en la Ensenada de la Broa. Es como una bota inmensa que caminase con la intención de unirse a la dilatada presencia de los bellos cayos blancos del sur y pretendiera seguir su viaje salino y azul hasta encontrar el abrazo feliz de Centro América.

Si volásemos en un avión veríamos así la bota inmensa que semeja en la tierra el contorno de la Ciénaga. Al sur tiene al Mar Caribe con una bahía grande que se adentra en la tierra como un remanso espumoso de aguas casi siempre tranquilas; al este el municipio de Aguada de Pasajeros; al norte su vecino es Jagüey Grande; y distante hacia el oeste el poblado de Unión de Reyes.

La Ciénaga se encuentra al sur de la provincia de Matanzas. El más grande de todos los municipios cubanos en extensión territorial, apenas poblado con 9000 habitantes y una densidad poblacional de 1,99 ha/km2, tiene 20 núcleos poblacionales, 20 escuelas (incluidas una escuela de oficio y otra para la educación especializada), un hospital, 17 consultorios de médicos de la familia, 4 policlínicos, 21 profesionales de la salud, 59 maestros y centenares de educandos de diferentes edades.

Es vieja la Ciénaga. Pedazo verde de tierra las más de las veces húmeda con una lengüeta de terreno fértil para la agricultura que se adentra desde Las Villas contorneando casi el inmediato y caprichoso crespón de la orilla del mar, con asentamientos aborígenes estudiados ya, y caminos y hospitales que anduvieron las tropas mambisas en su guerrear contra la metrópoli española. Lugar con fiebre de cambios desde 1959 que vio con asombro como desaparecían los ranchos insalubres de los empobrecidos cenagueros y como se perdían debajo de las trepidantes carreteras los raquíticos caminos del monte.

Y como para quitarse el estigma odioso de un nombre con tufo a trifulca y piratería, cumbre del patriotismo y del esfuerzo bélico el estampido de los cañones mañaneros que anunciaron al mundo un 19 de abril la victoria de un pueblo agredido y pequeño.

Bosque todo es la Ciénaga. Excepto los caminos y los asentamientos humanos. Un mar verde por los cuatro confines del inmenso zapato.

En los terrenos altos crece el cedro, la jocuma, el yaití, el guairaje, la yaya ... Muchas de ellas maderas duras que se emplean en las instalaciones rústicas, en las construcciones de viviendas y en la hechura de un duradero carbón vegetal. En los terrenos costaneros la diversidad inaudita de árboles vive el júcaro, el cedro de agua o clavellina, la sangre de doncella...

Innombrables las variedades. Mezcladas entre si sin importar a veces el suelo que habitan como de un murmullo suave y de una sombra inigualada.

Maderas preciosas y paisajes inconcebibles. Centenares, millones de metros cúbicos de madera preciosa, útil para trabajos de fina ebanistería y lugares dignos de un pincel maestro.

La empresa municipal agropecuaria es la que se encarga de las tareas forestales; y del cuidado de la flora y la fauna el cuerpo de guardabosques.

En todo el contorno del caribe no hay lugar que se le iguale ni lugar que se cuide tanto. Especialmente las áreas protegidas de Santo Tomás, refugio de tres aves endémicas en gran peligro de desaparecer , y la zona de La Salina, lugar de pantanos fluviales y de bajas aguas marinas como paradero de aves y peces de inestimable importancia. Los animales viven en una casi perfecta armonía. No hay grandes depredadores ni especies que puedan producir al hombre daños en otros sitios inevitables.

El pequeño zunzuncito, la mosquita diminuta de colores vivos, anda junto a su pariente grande de vistoso plumaje; la culebra huye del hombre y no carga la alforja de veneno en sus traicioneros maxilares; el manjuarí, un viejo señor ceremonioso y antidiluviano, viaja las zanjas y los esteros, protegido por leyes férreas; la jutía se sabe cuidada; el mítico manatí de nombre indígena y nebulosa biografía española; la parlanchina cotorra que vuela los atardeceres en vocingleras bandadas; la tiñosa, que sanifica los rincones todos del monte. Y tres príncipes intocables. Autóctonos y justificadamente intocables: La Gallinuela de Santo Tomás, el Cabrerito y la tímida y circunspecta Ferminia. Tres bastiones aliados de la fauna cenaguera. Las aves y animales se preocupan solo de su pacífico sustento sin más alerta que el propio de una convivencia irracional. Únicamente el cocodrilo, que es carnicero. Y el perro jíbaro, indomesticable y huraño que pone en esta paz bucálica la negra incógnita de sus ladridos.

El mar está ahí. Una bolsa gigantesca de bahía con bateyes diseminados en el arenoso arco de sus orillas y una reata multiforme e infinita de cayos majestuosos como parches verdes en una plataforma de aguas azulinas y levemente rizadas.

Y playas. Arena y sol; pinares; y el viento que descrencha su largo cabello en una dulce melopea de guitarras. Playa Larga, y Playa Girón enclaves importantes para el cenaguero y puntales importantes del desarrollo económico peninsular.

Fauna marina variada y abundante. Desde la langosta que se defiende con una rápida y estratégica retirada hasta la cubera indomable que muerde persistente el dedo incauto que pretende desanzuelarla.

Esteros hay muchos; y río, verdadero río, uno solo: El Hatiguanico, que recoge la mansa densidad de sus súbditos para llevarla suave hasta La Broa.

Centenares de lagunas y ojos de aguas. Y una laguna grande, conocida, con sus indios quietos y sus lacustres cabañas que desbordan la codicia visual y cosmopolita de los turistas.

El cenaguero es ahora un hombre culto. Vivió muchos años de ignorarlo todo, se alimentó de tabúes y de mitos, y fue crédulo y cándido como cualquier hombre de campo.

Gusta de la controversia guajira, de la música de las riñas de gallos, de las romerías, de las caminatas por los montes, de la pesca, y aunque no lo confiese probablemente, gusta también de esas charlas a medias intrascendentes y a medias escalofriantes, con el protagonismo inquieto y velado de los fantasmas y los aparecidos. Es a ratos religioso, generalmente extrovertidos y de desbordante fantasía. Ama al monte porque el monte lo es todo en la Ciénaga; ama los animales porque sin animales el monte es un espejismo irreal; ama al mar porque lo ve todos los días; y todos los días lo encuentra bello y lo que el hombre mire todos los días y le encuentre siempre bonito tiene que ser grandioso.

Un gran zapato con la suela combada es la Ciénaga. Pero en el dilatado espacio de sus confines palpita la vida. Una vida feliz de la que el cenaguero es centro y laborioso engranaje.

Y no hay una casa, pequeña o grande, con chicos o con adultos, distante o cercana, donde no convivan en ligazón cordial las personas y los perros.

Se trajo el cenaguero hasta la actualidad como si tuviera a la tribu en la sangre y a la horda en la memoria, el juramento de hermandad hecho entre el hombre y el perro en los albores de la vida en la tierra, y la tiene como un cotidiano artículo de fe. Esa es la Ciénaga. El imán verdeazul que atrae la mirada del que no la conoce y siembra en el corazón del que se va la morriña de las cosas lejanas e inolvidables.